Buenas y santas, ¿cómo estás? Espero que muy bien.
Por aquí excelente. Sigo con resaca emocional (pero linda), por todo lo que ocurrió estas últimas semanas, después de la publicación de Algo puede arder en mí.
¿Y ahora qué? ¿Cómo sigue el asunto? —te preguntarás (y me pregunto también). Bueno, es simple: se sigue escribiendo. Jamás me detuve y la repercusión positiva es un gran empuje para seguir adelante.
Me agradezco a mí misma por haberme animado a dar este gran paso en la vida, estoy segura que ya nada será como antes. Y eso me entusiasma.
Recibí muchos comentarios de personas cercanas y queridas que estuvieron leyendo mi libro. Varias conocen mis historias y se aventuraron a preguntarme si en ciertos poemas hablaba de equis personas. También destacaron que el poema que habla sobre mi padre y el de mi tía son muy movilizantes y emocionan.
Mi respuesta fue: "Sí, hay poemas que son autobiográficos, pero también hay mucha ficción”.
✨ Y eso es lo mágico ✨
¡Me encanta que aparezcan estas preguntas! Como lectora también suelo imaginar al autor o autora de la obra en el lugar del protagonista, es inevitable. Incluso, después de terminar de leer, suelo hacer una investigación nivel CSI para atar cabos por todas partes.
Mi mejor amiga, Luchi, me dijo: “Te conozco tanto y sé todo sobre vos, que leo los poemas y me doy cuenta de quién habla cada uno y de cada momento que describís. Entiendo de qué estás hablando por fuera del poema, que hasta lo siento muy propio”.
Esto es parte del espíritu de mi poemario: que sea algo colectivo.
Escribirlo implicó ir hacia lugares de mi historia que aún duelen e incomodan, dejar atrás muchas cosas y personas, pero, principalmente, volver hacia adentro de mí una y otra vez.
No tengo dudas de las personas que se sintieron identificadas con algún texto, es porque seguramente alguna fibra les tocó. Por eso siempre les digo: “Ojalá, aquellos poemas ardan con ustedes y los abrace”.
Escribir es un acto revolucionario.
Es compartir la intimidad, contar historias y acompañar a quien está del otro lado, (aunque ni se dé cuenta). ¡Cuántas veces un texto me abrazó! Es tan hermoso cuando eso ocurre.
Para cerrar el Acuarito de hoy, te comparto un texto de mi poemario que habla un poco de todo esto: de mi historia, intimidad y la mar en coche.
Espero que te guste.
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Soy una acumuladora serial de aromas
separo los frascos de vidrio
y los etiqueto para guardarlos.
El café recién hecho, una tostada bien tostada, la tinta del marcador indeleble con la que escribí “Frágil” en una caja de mudanza, pintura fresca en la entrada del edificio, el aceite de limón en el hornito queriendo fortalecer mi sistema inmunológico, la crema Hinds vencida con la tapa repleta de costras que usaba mi abuela, las carilinas de aloe vera que compré de oferta en Carrefour, la comida de mi gata que tanto me tienta probar, los restos de Heno de Pravia en el baño de Boyacá.
El lápiz nuevo que guardaba en mi cartuchera de dos pisos de quinto grado, las hojas de un diccionario Larousse antiguo, el perfume del chico que besé por primera vez frente a mi colegio, la madera de un hostel en El Bolsón aquel invierno que fui a reencontrarme conmigo, el viejo billete de dos pesos con la cara de Bartolomé Mitre.
La primera brisa del tilo tres cuadras antes de pisar mierda de perro, la primavera adolescente en Plaza Francia y el pasto mojado frente al cementerio, el OFF en el parque en plena epidemia de dengue, el verano en Mar del Tuyú cuando juntaba caracoles aunque decían que traían mala suerte, la casa de la costa con los platos colgados en la pared.
Helado chocolate en tu comisura derecha, los fideos con aceite y queso un domingo de resaca, la cera depilatoria en el año 2009 mientras mis glúteos se pegoteaban en el plástico de la camilla, la transpiración de la mañana mezclada con el resto del desodorante de la noche anterior.
El colectivo de las siete y media y el aliento de la gente que salió sin desayunar, la gotera del PH, el olor a sábado a la tardecita, la chapita de la cerveza que tomamos, el monoambiente repleto de incienso para alejar las malas ondas y el veneno de las hormigas.
Una velita de vainilla que le compré a una amiga, mi monoambiente colmado de incienso, el té de frutos rojos de Colonia Suiza que aún no preparé, el borde de la pileta y el Hawaiian Tropic en el patio de Mataderos mientras preparaban asado, las mallas húmedas colgadas de las canillas del baño del departamento de Villa Gesell.
Mi vida
mi cuerpo
mi historia
es una mezcla
de todos ellos
tanto le temo al olvido
que me guardaría a mí misma
dentro de un frasco
pero sin etiqueta.
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¡Hasta acá el Acuario de hoy! Espero que lo hayas pasado muy bien. Si te gustaría tener mi libro, escribime por Instagram y coordinamos 🥰. Podés conseguirlo en formato físico o e-book.
Nos leemos la semana que viene.
Abrazo,
Marie.